Te conocí alegre, inquieta, soñadora.
Podías hablar con cualquiera y bailar sin parar con la
seguridad que le caracteriza a alguien que confía bastante en sí misma.
No pensabas demasiado, eras impulsiva. Hacías y deshacías
arrasando con todo como un torbellino. Tenías metas oceánicas, proyectos a gran
escala. Parecías libre y muy feliz.
Pronto me di cuenta que había algo detrás de todo eso. No
sabía bien qué era y tampoco me atrevería a preguntártelo hasta años después,
pero sí que reconocí desde el principio tu incesante búsqueda.
Dentro de aquella libertad desmedida, había algo en ti que
te haría sentir vacía: un arraigado pensamiento que te llevaba a querer
encontrar TU SALVACIÓN.
Buscabas sin cesar una cita, sexo o unos ojos que te
miraran y te amaran. Imaginaste una familia con cada persona que te abrazaba y
un futuro bajo los pies de cada “te quiero”.
Entonces, encontraste lo que ansiabas y comenzaste una relación
que no hizo más que emerger todas las piezas rotas que te habían llevado a
pensar que encontrarle te salvaría.
Pero sin embargo te hundió, porque te afanaste tanto en
querer tener a alguien que ni si quiera te planteaste lo sumamente diferentes que
erais.
Ahora me hablas como si fueras más consciente que nunca
de todo esto, te auto engañas con tus propias lecciones de vida, de crecimiento
personal y de todos los rituales que haces contigo misma, pero luego vuelves a
querer buscar en cada persona que conoces un amor de película.
Vuelves a fracasar, a sufrir y a infravalorarte. Así es
como llevas años en bucle.
Si supieras que esa obsesión es la que precisamente no te permite
encontrarlo…
Si supiera la primera persona que te dañó todos los
efectos secundarios de sus actos…
Si supieras como te ven mis ojos, entenderías al instante que tu salvación SOLO está en ti.
Tu hogar está en ti.